María Sánchez
COMO UN BUEN fotógrafo lleva una bolsa enorme, y como buen uruguayo llega tarde. Pero el reloj de la muñeca marca una hora que no se corresponde con la uruguaya. Ese reloj le mantiene conectado con Israel, a su hijo, con el que tiene una cita en un rato por Skype. Es un hombre grande, con coleta y una mirada particular. Con una mezcla de pena y esperanza. Habla pausadamente pero tiene las ideas claras. Pide un café y se bebe el agua antes. La tacita de café se enfría mientras hablamos de la ilusión de cercanía a la familia que genera Internet.
Quique Kierszenbaum es un fotógrafo uruguayo-israelí destacado por su trabajo en zonas de conflicto. Su afán de crear una sociedad más justa y en la que los jóvenes pudieran hacer cambios reales le lleva, durante la dictadura uruguaya, a radicarse en Jerusalén. Dedicado inicialmente a la educación, incursiona en la fotografía movido por la necesidad de profundizar en el problema palestino-israelí. Aunque este conflicto es su principal campo de trabajo diario, Kierszenbaum también ha documentado conflictos en Egipto, Irlanda del Norte, la crisis argentina y Rusia, entre otros. Y sus imágenes han sido publicadas en medios como Time, Newsweek, Paris Match, Financial Times, The Independent o El País de Madrid.
el conflicto.
-Durante diez años trabajaste como educador en Israel. ¿En qué momento decides dedicarte profesionalmente a la fotografía?
-Siempre me gustó fotografiar, pero recién en 1995, ya cansado un poco de luchar con el sistema educativo, decidí estudiar fotografía en serio. En ese mismo año un judío nacionalista religioso asesina a Rabin -el primer ministro israelí- por intentar hacer la paz; lo que para mí fue un choque muy importante. En ese momento agarré mi Pentax y salí a deambular por las calles. Durante muchos días lo único que hice fue sacar fotos, incluso dejé de trabajar por un tiempo. De repente la cámara se convirtió en mis ojos.
-Debió de ser un golpe duro.
-Ya llevaba bastantes años en Israel, pero sin duda en ese momento hubo un quiebre importante en mí. Decidí entonces seguir estudiando más fotografía y tuve la gran suerte de empezar en prensa con gente que tenía mucha experiencia y que me enseñó en el terreno cómo había que hacer las cosas. Salí de la tranquilidad del centro comunitario de Jerusalén a las peligrosas calles de Hebrón. Cuando crucé la línea verde -la frontera del ´67- y entré a los territorios ocupados por Israel, sufrí una ruptura final con la parte ideológica. Escuché entonces la historia que nunca me habían contado, la historia palestina.
-¿Hay una gran diferencia entre el fotógrafo de guerra como enviado especial y aquel que reside en la zona del conflicto?
-Totalmente. Aunque a mí no me gusta que me llamen fotógrafo de guerra, más bien me defino como "fotógrafo en conflicto". Porque muchas veces estoy cubriendo un conflicto que ocurre en el lugar donde también vivo. Cuando vuelvo a casa esa es la realidad que vemos en las noticias, es lo que va a afectar mi futuro y el de mi hijo; lo que hace que estés más compenetrado con lo que te rodea. Susan Sontag habla sobre the pain of the others (el dolor de los otros). Durante años he aprendido no solo a mirar lo que le pasa a mi gente sino también a estar atento a ese dolor del "otro".
-Al vivir en una zona de conflicto es más necesario crear un escudo para protegerte emocionalmente.
-Todos los fotógrafos, no importa dónde estén, tienen que hacerse una capa, un escudo, cuando hacen este tipo de trabajo. Si no existiera no podrías enfrentarte durante tanto tiempo. Uno de los momentos más difíciles para mí fue durante el entierro de la hija de un palestino conocido. Él es el creador de la ONG Combatientes por la paz, constituida por palestinos e israelíes que participaron en la lucha armada y que dejaron las armas para tratar de enfrentar la vida juntos. La hija de este líder palestino recibió una bala de goma en la cabeza de parte del ejército israelí a la salida de la escuela. No murió en seguida, estuvo muy grave durante días sabiendo que no iba a salvarse. Estuve ahí entonces y también durante el funeral. Los ritos musulmanes son muy diferentes a los cristianos y judíos, por la creencia de que hay que enterrar rápido el cuerpo para evitar que el alma se escape. Yo me quedé sacando fotos todo el funeral completamente "cubierto" y de repente siento que alguien me toca. Me di vuelta y vi que era el padre, me abrazó y eso me destruyó. Cuando volví a casa estaba mi hijo llorando porque se le había roto un juguete. En ese momento es cuando necesitas ese escudo porque lo que viviste es algo que no podés compartir.
-¿Es diferente la permeabilidad en los atentados?
-Lo mismo pasa en los atentados, el conflicto es muy circular. Las historias son casi idénticas, lo único que cambia es la gente. Tenés el sentimiento de que vos estás preparado y no te va a afectar, pero te vas acercando al centro de la explosión y ves civiles, gente inocente,… (suspiro). En los atentados hay cosas que vos cargás contigo mucho tiempo, el olor es algo que te queda, no importa cuánto te bañes, te acompaña varios días; también los sonidos, los gritos,… Si no tuviera un escudo no podría levantarme al otro día y volver. Pero no puedo dejar que esas cosas se callen. Eso es lo que me motiva a una vez más volver a la misma rutina.
CONOCER AL OTRO.
-¿Cómo se ve en el Israel de hoy a alguien que trabaja en la línea de la humanización de los dos bandos?
-En las guerras la obligación del periodista y del fotógrafo es humanizar a esas víctimas para saber que es gente normal, que lo que un hombre le puede hacer al otro, se lo hace a gente inocente que tuvo la mala suerte de estar en mal lugar, en un mal momento. Creo que también es una labor del fotógrafo mostrarlo de una forma que tenga una influencia mayor en quien mira. Evitar lo que pasa a menudo en los bombardeos noticiosos, donde, en una noticia que dura segundos, se ve a una víctima y no se sabe quién es ni qué pasó.
-Pero ¿cómo se ve ese trabajo en Israel?
-Una de las cosas más positivas de Israel, a pesar de todos los problemas, es que mantiene una línea muy democrática con respecto a la prensa. No soy el único que trabaja así siendo israelí, Amira Hass y Gideon Levy son dos grandes ejemplos. ¿Cómo nos miran? Por supuesto que hay un grupo que nos mira como traidores. Sin embargo, y aunque no les guste, saben que en Israel tenemos la libertad de contar lo que le pasa al otro.
-En muchas de tus imágenes das protagonismo a los niños, como en el fotorreportaje "Equals"-sobre un colegio palestino-israelí de Jerusalén-, ¿por qué ellos?
-Porque simbolizan lo más inocente que hay. Los niños no se pueden defender solos, dependen de los adultos. Y por otro lado, simbolizan el futuro. Es importante el entorno en el que crecen, para bien y para mal; hay muchos niños que están en situaciones de conflictos, pero también hay muchos niños haciendo otras cosas. La historia del colegio es una historia muy especial. Una escuela bilingüe que da la posibilidad a niños árabes y judíos de crecer juntos. Es el colegio de mi hijo, nuestra apuesta personal a que las cosas cambien primero "en casa", y uno de los grandes motivos por los cuales nosotros seguimos viviendo en Jerusalén.
-¿Cómo ha cambiado la situación en Israel?
-Israel está pasando en estos momentos por una radicalización importante. En el Parlamento hay una coalición de gobierno de derecha nacionalista con mucho apoyo de los judíos ortodoxos. Y Jerusalén ha cambiado tremendamente, se ha convertido en una ciudad más religiosa, más cerrada; sobre todo si la comparás con Tel Aviv, una ciudad cosmopolita donde todo el mundo tiene lugar. A pesar de ser una persona que se considera laica, tengo un profundo respeto por la gente que vive cumpliendo las leyes religiosas.
-¿Crees que es herencia uruguaya? Acá la gente puede discutir por fútbol o política pero nunca por religión. La religión es algo muy privado.
-Es verdad, pero no creo que sea por eso. Yo puedo discutir por religión a muerte, sin embargo cuando estoy trabajando soy muy respetuoso, mientras no me toque. A pesar de no entender ni siquiera qué es lo que los mueve.
-¿Mientras no te toque?
-Sí, me afecta si yo no puedo viajar el sábado o no puedo entrar a determinado barrio. Por ejemplo, en Gaza, te para un checkpoint de Hamás y lo único que te revisa es si llevás una botella de alcohol. Esas son cosas que limitan mis libertades. Hay un dicho muy lindo en hebreo que dice "cada uno que viva con su creencia, que respete a los demás". Pues eso.
FOTOGRAFIAR A DIOS.
-Sin embargo, en tu fotorreportaje "Tierra de creyentes" el uso de la luz recrea esa sensación de Dios.
-Creo que las horas de estar parado mirando cómo la gente se comporta en un acto religioso, volver a los mismos actos año tras año y aprender cuáles son las reglas, te da la posibilidad de desarrollar un lenguaje en el que podés plastificar en una imagen ese sentimiento. Hay que entender también que no se trata de, sin faltar al respeto, una iglesia de Montevideo o de una sinagoga en España. Estamos hablando del lugar donde los peregrinos llegan creyendo que es el origen de todo. La carga emocional que ellos traen le da una fuerza especial.
-¿Recurres para ello a los símbolos, como en el conflicto se usan carteles, armas o puños?
-En algunas situaciones de conflicto es mucho más fácil utilizar símbolos para conseguir encerrar la historia en una sola imagen. Es un idioma que se entiende en muchas lenguas. Pero con la religión es un poco diferente, lo que yo trato de interpretar es qué es lo que ellos están buscando. El uso de las luces es consciente, pero yo no podría inventar un rayo de luz que cae del techo de una iglesia si la única ventana que está abierta no fuera la ventana de arriba. Existen códigos para compenetrar a los creyentes, una ambientación, pero también creo en la libre interpretación cuando hacés estos temas. En una de mis fotos hay un joven acostado frente al muro de los lamentos mientras tres ortodoxos pasan casi como si fueran parte de su sueño. Esa situación entre realidad y creencia sería mucho más difícil de contar si no tuviera todo ese entorno.
-¿Hasta qué punto se puede construir la imagen?
-El construir la imagen se hace todo el tiempo, pero creo que la única forma de hacer buen documentalismo es manejarte con lo que encontrás, no utilizar elementos extraños o pedirle a una persona que pose. En todos los trabajos de Gilles Peress hay elementos que se repiten sin que él haya manejado absolutamente nada; pero se debe a la forma de mirar y no una manipulación de la escena. Una de las grandes cosas que ha hecho Gilles es darle una cara a la muerte. Sus imágenes, sobre todo de Ruanda, obligan a enfrentarte con la brutalidad, y para eso también se cuida de que no sean estéticamente perfectas.
-¿La belleza limita la capacidad de impacto?
-Completamente, la estética de la muerte es algo que se usa mucho en fotografía y es algo que no respeto. Las imágenes iconos del 11 de setiembre son una selección muy clara de lo que estaba estéticamente permitido mostrar, eso es manipular la información. Es llevarla a un lugar en donde la gente puede estar enfrentada a una imagen sin entender lo trágico de la situación por la belleza plástica.
-Apuestas por el fotorreportaje frente a la imagen única, ¿por qué?
-El momento en el que está volando la bala en el aire es la imagen que algunos fotógrafos, y las agencias en general, están haciendo cada vez más. Walter Astrada, por ejemplo, trabajó mucho esto en sus fotos del Congo. Sin embargo, el fotorreportaje tiene mucha más fuerza un poco después, cuando la persona ha tenido un poco de oxígeno. Por ejemplo, en un bombardeo podés sacar a un tipo escondido, pero en el momento en que él sube a limpiar su casa y se encuentra con la destrucción, con los álbumes de fotos; entonces es una persona que no está sobreviviendo sino enfrentándose a lo que pasó. Personalmente me interesa mucho más esto. Pueden ser los años,… aunque hay locos de la guerra mayores que yo que siguen dando vueltas por el mundo buscando solamente eso.
-¿Existen diferentes tipos de fotógrafos de conflictos?
-Yo creo que ahí hay una diferencia de raza. No pertenezco a la raza de los que buscan la muerte, y no juzgo, pero yo no estoy en este trabajo por la adrenalina. Si bien muchas veces sentí lo que cuenta Pérez-Reverte en Territorio comanche, las cosas que nos han llevado a estar ahí no son las mismas. Cuando enseño fotografía, muchos de ellos no entran a mis clases, considero que fomentar en los jóvenes ese sentimiento de aventura es un error. Creo que la literatura y los medios se han encargado también de reforzar esa imagen casi de héroe, de John Wayne con una cámara. Y los ejemplos en Libia lo han demostrado, incluso hay un fotógrafo español joven que fue secuestrado.
-Manu Bravo.
-Sí, Bravo. Cuando escuchás sus declaraciones, te das cuenta cómo, guiados por ese glamour que se le da a la fotografía de guerra, mucha gente no sabe ni dónde se está metiendo. Ninguna foto en el mundo vale tu vida, no me lo vendés con nada. Me parece una locura que una persona que se dedica a documentar considere que hay un momento que vale la pena perder su propia vida por contar una historia.
-¿Qué historia te gustaría contar de Uruguay?
-Todo. Aunque lo que me tiene más preocupado es no haber visto ningún trabajo importante sobre el tema de la pasta base. Todos sabemos de los problemas que está causando a la sociedad, pero hay un ángulo que todavía no se ha contado. No se ha mostrado el problema desde la altura de los ojos de la gente que lo vive. También me gustaría hacer un trabajo sobre cárceles. Y por supuesto, más candombe, más tango, más Montevideo. Con el tiempo le encuentro una belleza a la ciudad que en los años que yo vivía acá el día a día no me dejaba apreciar: desde fachadas, gente y lugares, a una luz muy especial.
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